Antoni Gaudí i Cornet nació en Reus el 25 de junio de 1852. Fue un niño enfermo, lo que le impidió asistir regularmente a clase y le obligó a pasar largas temporadas Riudoms, donde captó la luz mediterránea y las imágenes de la Naturaleza, que él consideraría su inspiración. Además, ayudando a su padre en el taller de calderería aprendió las virtudes del trabajo y la transformación de las superficies en volumen, lo que facilitó mucho su imaginación espacial.
Cursó el bachillerato en los Escolapios de Reus. Durante la Revolución Gloriosa de 1868, se trasladó a Barcelona para estudiar Arquitectura. Se dice que curricularmente fue un mal alumno, pero pasaba horas mirando fotografías de edificios orientales y frecuentaba clases de Filosofía, de Estética y de Historia, así como los conciertos, el teatro clásico y moderno, las lecturas poéticas, las tertulias intelectuales y las visitas a todos los monumentos y paisajes de Catalunya. Gaudí se incorporó a la naciente Reinaxença catalana y llegaría a ser una de sus grandes figuras. Colaboró como delineante con ingenieros y arquitectos, como Josep Fontseré, autor del parque de la Ciudadela; Francisco del Villar, restaurador de Montserrat; o Joan Martorell, arquitecto de los Jesuitas, las Salesas y otros grandes templos.
En 1878, al acabar, el director de la Escuela comentó: «Hoy hemos dado el título de arquitecto a un loco o a un genio». Gaudí fue consciente desde muy joven de su papel de genio del arte, de que sus ideas no eran una repetición o una mera continuidad de lo que habían hecho los arquitectos hasta entonces. Él había estudiado y descubierto las leyes geométricas y constructivas presentes en la Naturaleza —la obra maestra del Creador— y pretendía realizar su arte con estos mismos modelos; es decir, no copiar a la Creación, sino proseguir su curso, cooperar con el Creador. Es lo que decía: “La originalidad consiste en volver al origen”.
Conoció entonces a Eusebi Güell i Bacigalupi (1878), importante empresario con gran sensibilidad artística que entendió a Gaudí y se constituyó en uno de sus mejores amigos y su principal cliente a lo largo de su vida: las puertas de la finca Güell (1884-1887), la casa Güell (1888), las bodegas Güell (1895-1897), el chalet del Catllaràs (1905) y las dos obras más creativas de la madurez del artista: el Park Güell (1900-1914) y la cripta de la iglesia de la colonia Güell (1908-1917).
De joven, vivió muy de cerca y estudió a fondo los problemas del obrerismo y sobre todo de las lamentables condiciones de vida de los obreros. Es el momento de la I Internacional, con la tendencia socialista de Marx y la anarquista de Bakunin. Gaudí fue arquitecto de la Cooperativa Mataronense (1874-1885), que propugnaba unir capital y trabajo en un solo elemento: el obrero cooperativista. La Cooperativa Mataronense fue la primera fábrica de Catalunya y una de las primeras del mundo propiedad de sus trabajadores.
A los 31 años, en 1883, Gaudí recibió el encargo de continuar las obras de la Sagrada Familia, apenas comenzada. Trasladó allí su despacho y se compenetró con la finalidad religiosa y artística del Templo. Durante 43 años, hasta su muerte, Gaudí dedicaría todas sus energías a desarrollar en el proyecto del Templo sus ideas sobre estructura, forma y simbolismo, fundidos en una síntesis perfecta de formas racionales extraídas de la Naturaleza. También se le encargó el palacio (1887-1893); el colegio central (1888-1889); y la reforma de la catedral (1903-1914), etc. Gaudí simultaneó su trabajo en la Sagrada Familia con sus otros encargos, grandes y pequeños, no sólo eclesiásticos o para Güell, sino de otros clientes, como El Capricho (1883-1885), la casa Vicens (1883-1888), la casa Calvet (1898-1899), la casa Batlló (1904-1906), Bellesguard (1900-1909) y la Pedrera (1906-1911).
Su religiosidad se fue intensificando progresivamente. Así, en la cuaresma de 1894, a los cuarenta y dos años, el ayuno estuvo a punto de causarle la muerte. En 1906, a los cincuenta y cuatro años, se trasladó a vivir al Park Güell. Cada mañana bajaba andando desde su casa a la parroquia de Sant Joan de Gràcia para participar en la eucaristía y luego continuaba hasta la Sagrada Familia. Con la convicción de que sin sacrificio es imposible sacar adelante una obra, se entregó a una vida de penitencia y pobreza voluntaria.
Gaudì había manifestado su deseo de morir en el hospital de beneficencia cristiana, como un pobre más y así sucedió. El lunes 7 de junio de 1926 le atropelló un tranvía. Y al no ser reconocido e ir vestido sencillamente, lo llevaron como pobre al hospital de la Santa Cruz. Tres días después, fallece. Su entierro fue una gran manifestación, que acompañó el cadáver desde el hospital hasta la cripta de la Sagrada Familia, donde está enterrado.
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